Tarde de verano en Concordia, Entre Ríos. Tres años atrás en una siesta de sol agobiante. Nos hervía la impotencia ante la falta de oportunidades para proyectar. Mirábamos con mi hermano un terreno a 20 minutos de la ciudad. Me acuerdo que le dije “a esa plata no vamos a llegar nunca y nadie presta en este momento”. Con la templanza de un hermano mayor, él me miró y me dijo “si nos organizamos entre varios capáz lo podemos encarar”. Así nació el Condominio Palma de Gualeguay. De un grupo de amigos que se autogestionaron en base a la confianza para invertir en un terreno de poco más de dos hectáreas, sortear lotes de 900 mt2, abrir calle, planificar espacios verdes, mensurar, escriturar y ordenar los servicios públicos. El condominio fue una burla al sistema restrictivo del mercado de suelo urbano. El valor de adquisición se marcó en una cifra de 6 USD el mt2 en una zona bellísima del litoral. La potencia de la organización colectiva se antepuso a las limitaciones de un contexto socio económico adverso. Desde allí se fundó el sueño.
Con mi familia decidimos dar un segundo paso, probar suerte con PROCREAR para alcanzar a edificar. Ganamos el sorteo público, presentamos toda la documentación requerida y ahí mismo comenzó un periplo que transformó el sueño en pesadilla. Un año y medio de llamar a una línea telefónica sin respuesta, de hablar con un Banco Hipotecario sin capacidad de resolución. El tiempo fue desgastando nuestra ilusión, en un país en donde emprender cualquier proyecto para familias jóvenes profesionales que dependen del sueldo de sus trabajos se vuelve realmente una odisea. Pateando algunos contactos y apelando a la fuerza de los vínculos débiles, pude llegar a un funcionario del gobierno nacional que me refirió a un correo electrónico y rápidamente se comunicó a mi teléfono para decirme: “te hablo porque sos referenciado, ya no hay fondos para tu crédito, no te podemos asegurar la acreditación”. La gestión del flamante Ministro de Economía Sergio Massa y su sometimiento a las imposiciones del FMI coartaban nuestra ilusión. Una vez más, los avatares socioeconómicos que atravesaba nuestro país interrumpieron la única política pública capaz de acompañar el desarrollo real de los sectores medios de la sociedad. En medio de esa arbitrariedad nos encontramos con mi familia, imaginando también ese abrazo con miles de familias en la misma situación beckettiana de absurda espera.
Los tiempos políticos viraron al pulso de la proximidad electoral. En septiembre del año 2023 escribieron de PROCREAR a mi correo eléctronico citando a completar formularios e informando sobre la acreditación y actualización del monto crediticio. Lo vimos como una esperanza de volver a tomar el programa que lícitamente habíamos ganado por sorteo público, para invertir nuestros ahorros familiares en un proyecto de vivienda. Las condiciones habían cambiado y nosotros volvimos a confiar. La fe es un deporte de riesgo en la Argentina. Efectivamente, cumplimos con celeridad todo el procedimiento administrativo y en menos de un mes, el viernes antes de las elecciones de primera vuelta del año 2023 obtuvimos el primer desembolso. Pequemos por un momento de ingenuidad para asumir que todo resultó de una gran casualidad. En esta oportunidad, nos otorgaron el 30% del crédito, debiendo pasar 120 días y alcanzar un avance de obra de más del 20% para recibir la segunda parte. Claramente apelaron al viejo y herrumbrado manual de la política electoral berreta: promesas baratas. Llegamos a enero del año en curso con el 30% de la obra luego de haber comprometido deudas y todos nuestros ahorros. Todos los contactos con el Gobierno Nacional y el Banco Hipotecario fueron nuevamente en vano. Recién en febrero se nos permitió acreditar la documentación de avance de obra. En un contexto de mercado en donde la compra de materiales resulta una sangría de stocks sin precios, remarcaciones por encima de cualquier índice de inflación y referencia cambiaria y mano de obra con alzas históricas. Tengo 33 años y no recuerdo que alguien me haya dicho alguna vez “este es el momento para invertir en Argentina”. Nosotros seguimos y seguimos como familia remontando este proyecto.
Hoy escribo mientras un silencio inusual invade la tarde porteña. Es feriado y estamos iniciando el otoño de mayo. Hace una semana conseguí que me dieran la única información certera desde el Banco Hipotecario: “el Gobierno Nacional vació los fideicomisos y no se liquidan los créditos PROCREAR”. Con la ironía frecuente que sobrevuela la atmósfera nacional se anuncian en simultáneo los nuevos créditos hipotecarios UVA. Con mi familia quedamos endeudados por un primer desembolso de un crédito para construir una vivienda que no alcanzó ni siquiera a pagar la mano de obra de los dos primeros meses de trabajo. Invertimos todo nuestro esfuerzo, tiempo y ahorros en un proyecto que hoy no sabemos cómo vamos a concluir. La política pública se materializó en un tortuoso camino de frustración. “El Estado es aquello que te hace esperar”, escuché decir a un colega antropólogo.
Estás líneas se escriben con el anhelo de alcanzar a todas esas familias que hoy atraviesan esta misma situación o quizás algunas otras similares, o más desventajosas todavía en relación al triste paisaje de nuestro país. Sepan que sin lugar a la resignación, mañana nos levantaremos y seguiremos como todos en Argentina “viendo cómo encontrarle la vuelta”.