Devenir carpinchos

Sobre la película de Nicolas Herzog, Elda y los monstruos.

Amanece en el Lago Salto Grande. Desde la orilla un puñado de cuerpos recorren coreográficamente un territorio a la manera de los carpinchos: unos sobre otros, permitiéndose el cuidado y el amor. Familia de humanos y carpinchos abrazados por el paisaje de un sol recortado de eucalyptus. 

La película de Herzog nos presenta de forma sutil las distintas facetas y singularidades de Elda, un personaje no binario sostenido en el entramado de la contención vital de una tribu. Abrazo necesario ante la fractura identitaria que embiste la afirmación deseante de cuerpos “queriendo ser otros”, burlando los nombres de su linaje. 

La música original es un constante punto de apoyo de la película. También es una daga que opera como trama paralela para narrar en la voz de Elda sus propias desventuras y complejos. Allí donde las pasiones destruyen o fuerzan las formas instituidas por lo social, la música es guarida. 

Elda y los monstruos es una película de amor que encuentra su punto mas intenso en la escena en donde la protagonista comparte con su abuela un mate en la galería. Sus miradas se esquivan y se pierden en un horizonte calmo y familiar. El tiempo se detiene en la nada. Herzog nos sugiere que allí donde las palabras son incapaces de arribar comprensión, también se ama. 

Lo sagrado es el torrente que nos invita a caminar junto a los personajes durante todo ese periplo absurdo que emprenden para llegar a un santuario. Una especie de ritualidad umbanda perdida en un rincón de la selva en galería del litoral, en donde culminan su travesía. Lo sagrado retratado en una capilla de barrio profanada por la danza y el canto. También por las cartas, las velas, los tacos y la carga de simbolismos esotéricos. 

Que preciado encontrar en una pieza de arte la ausencia de un conflicto evidente que centralice el argumento narrativo. Que potente emocionar a un público con protagonistas que tan solo caminan. Que no conocen el sol de la mañana y que esfuman sus horas en tardes de pileta y lentejuelas. Quizás allí se completa la búsqueda revolucionaria de su Director: entregarnos en Elda nuevos modos de vida colectivos, sensibles y posibles.