Tupambaé

Texto escrito en el marco de la presentación del libro “TUPAMBAE”, de Maria Silvina Gonzalez

Silvina, en su vida y en sus libros, es una alegre portadora de aquel designio que supo sobrevolar el universo cultural de la Grecia antigua: la inquietud de sí. En este sentido, su aporte es constante en favor de recalificar filosóficamente una actitud que el momento cartesiano de la modernidad supo reducir a la mera inclinación racional del conocerse a sí mismo. Tupambaé afirma que el acceso a la “verdad” (o si se prefiere, en palabras de la autora, la esperanza de la tierra sin mal) implica inminentemente una transformación de nosotros mismos, es decir, el despliegue de prácticas subjetivas concretas. 

La inquietud de sí mismo es una especie de aguijón que debe clavarse en la carne humana, que debe hincarse en su existencia, es un principio de agitación, un principio de movimiento, un principio de desasosiego permanente a lo largo de la vida en donde el cuerpo y la relación con los/as otros/as ocupan un rol fundamental. Cada página de este libro pareciera preguntarnos con insistencia: ¿Nos ocupamos de nosotros mismos? Esta tarea vital se presenta como invitación a recorrer un camino de liberación y desarrollo pleno de nuestras potencias, a construir un lugar común en donde el estar juntos no implique represiones, subordinaciones ni forma alguna de la esclavitud. 

La obra es generosa al compartir las experiencias sensitivas que dan origen a cada una de las reflexiones. Silvina proyecta imágenes vivenciales, como las del amanecer en el jardín, en donde la luz tenue de cada mañana ilumina una palmera y la noche va cediendo e inspirando las líneas de este libro. En ese gesto la contemplación se hermana a la razón y consigue instalarse como oportunidad única del silencio interior, para escucharse, escuchar a otros/as y ser parte de lo inmenso del mundo. Allí germina la propuesta de Tupambaé y es imposible que al lector no le broten sensaciones, no le atraviesen energías del orden de la experiencia, de la reacción y de la transformación. 

Me aventuro a pensar que el libro que se nos presenta es arrastrado por una necesidad problemática específica: cómo construir comunidad desde la afirmación de nuestras diferencias, por dónde comenzar a tejer la trama de una red que nos con-tenga. Sin ánimos de respuestas acabadas y haciendo uso de su caja de herramientas de conceptos filosóficos, Silvina dialoga con Ranciere para profundizar sobre las posibilidades de crear comunidad en el contexto del sistema capitalista. 

El filósofo francés advierte que “no estamos frente al capitalismo, sino que vivimos en su mundo”. En consecuencia, somos nosotros quienes desde nuestras prácticas cotidianas (ahorrar en dólares diría Silvina, por ejemplo), colaboramos en reproducir un modo de existencia, del cual bien conocemos sus miserias. Se vuelve indispensable asumir que, ante todo, el capitalismo es la organización social de la producción deseante. Practicamos el credo de que nuestras libertades, son eminentemente libertades de consumo. Pendulan en la oportunidad de elegir entre Mc Donalds o Burguer King, Pepsi o Coca Cola, Nike o Adidas. Nunca ha sido más actual la pregunta de Spinoza como en estos tiempos: ¿por qué los hombres (y mujeres) luchan por su esclavitud como si fuese su libertad? Sobre este punto Silvina nos entusiasma al exponer que el hecho de que el capitalismo esté en todas partes de la vida social, si bien hoy nos contiene devotos del consumo, también nos da la oportunidad fundamental de constituirnos a nosotros mismos en resistencias locales y puntuales. 

En Tupambaé encontramos un llamado a la consciencia, la invitación a establecer nuevas consignas, como por ejemplo: redes de producción y consumo, cuyas prácticas sean sensibles a los modos en que deseamos relacionarnos. Se plantea la necesidad de reterritorializar el concepto abstracto de consumo (que devino en la financiarización de nuestras economías) para mirar a quien tenemos al lado, ¿qué nos puede ofrecer? ¿Cómo podemos colaborar mutuamente? 

La escala ahora es regional y las prácticas adoptan el carácter de micropolíticas. La autora asume ser parte de la generación de los “herederos del silencio”, una generación que, a mi entender, no solo tuvo que callar por el peso de los bastones y de las botas, sino también supo ver morir a la vuelta de la esquina las grandes gestas esperanzadoras de la revolución. Hoy nos queda la tarea vital de intentar liberar nuestros deseos cada día, en principio, de nosotros mismos. Así quizás algún día podremos sentir y decir que vivimos en Tupambaé: la tierras de todos y todas.